Fantasías animadas



A Benito no le gusta más Bob Esponja. Me mató: a sus dos años me proporciona una de las primeras desilusiones como madre. No solo porque de todas las opciones era la mejor y una que yo podía compartir con él (de hecho, yo veía a Bob antes de que él existiera), sino que además eligió como reemplazo a Jorge el curioso y a Mecanimales, que me resultan insoportables. ¿Qué es lo que me pasa que estoy tan intolerante? ¿Qué puede tener un monito como Jorge para que me produzca rechazo a mí, justo a mí, que pasé toda mi infancia viendo dibujitos? ¿Acaso Mazinger Z no era un robot también, como cualquiera de los Mecanimales? Sí, pero hay algo que diferencia a estas series de las de antes.


En principio, puedo decir que hay una nueva modalidad de producción que me fastidia: aquella que está pensada para cumplir una función que no es el mero, puro y sano entretenimiento. Discovery Kids, canal que emite los programas favoritos de Benito, es un exponente fiel de esta intención. Recuerdo una nota acerca del fenómeno de la serie Lazy Town, que una vez leí en Radar, en la que se hablaba de su efecto en niños de distintos países; entre otras cosas, la serie había fomentado exitosamente el ejercicio en los infantes, en ciertos lugares la venta de gaseosas había descendido y había un freno en la tasa de obesidad. Su creador, Magnus Scheving, comentaba en una conferencia de prensa cómo había sido el proceso en el que había concebido su producto: había detectado que en el mercado de las series para niños faltaba una que respondiera a las necesidades recurrentes de los padres: promover hábitos alimenticios y prácticas saludables, no mostrar violencia, reflejar ciertos valores, en definitiva, una serie que eduque. Y en base a esto se diseñó la idea radicada en clásicos temores de padres: siete personajes que representan cada uno un conflicto diferente (el niño egoísta, el goloso, el adicto a internet, etc) son diariamente salvados por un superhéroe que solo come verduras y frutas, se va a la cama temprano y nunca se olvida de cepillarse los dientes. Repugnante por donde se mire. Para educar, están los padres y de última, la escuela; a mí no me jodan. Entiendo que existan programas de entretenimiento que busquen un contenido educativo (esos de Canal 7 o Encuentro, por ejemplo), pero cuando se trata de una ficción para niños, no se puede permitir. Y menos si es una animación. De hecho, algo que salva a Lazy Town es que no es un dibujo por completo (mezcla animaciones gráficas con títeres y personas).

Los dibujitos animados (amo esta denominación, mucho más linda que monitos o animé) tienen una función mucho más solemne: potenciar la fantasía que ya existe en cada chico y mostrar otros mundos más absurdos que el que ya todos conocen. Un dibujito animado supone el infinito de posibilidades con las que una serie tradicional no cuenta. En la mente del creador comienzan de cero: una nena puede tener cuernos en su cabeza, las casas pueden ser todas circulares, de la boca de un humano pueden salir estrellas y todo lo que se les ocurra. Nada de esto implicará un problema de realización. Así, una esponja de mar puede tener la forma de la Mortimer y vivir debajo del mar, bañarse en la ducha y prender un fuego. ¿Qué sentido puede tener un dibujo animado totalmente realista? ¿Por qué no dejarle la estética realista a las tiras?

Jorge el curioso y los Mecanimales son creaciones que siguen el patrón de Lazy Town: vamos a enseñarle cosas a los nenes, vamos a hablarles de la curiosidad (¿qué es eso? -se preguntan los niños) y a explicarles cómo funcionan los elementos de este mundo y cómo deben comportarse. ¿Cómo un chico va a ver dibujitos hechos a la carta de los padres? ¿Estamos todos locos?

El mono Jorge es prácticamente un niño. Vive con un tipo que es bastante cagón (en vez de tener un pibe, se buscó un monito) y que lo trata como a un humano: le da órdenes complejas (más que las que se les dan a los hijos), lo envía a hacer mandados, lo lleva de vacaciones al campo, le enseña a pilotear cohetes sin ser él un astronauta, etc. En su vida cotidiana, Jorge se topa con personajes archibondadosos (de tan buenos dan asco) que lo ayudan a saciar su sed de conocimiento explicándole todo tipo de cosas. Como se plantea en estas coordenadas de lo real, siento que la serie me provoca todo el tiempo: como un niño me la paso cuestionando la escasa verosimilitud que presenta su argumento. En cuanto a Mecanimales, no puedo decir mucho: se trata de unos robots que se transforman para realizar misiones y que les hacen preguntas estúpidas a sus espectadores. Algo así como asistir todo el tiempo a un cumpleañitos infantil conducido por esas animadoras para las que todo sustantivo es diminutivo y de las que uno duda si efectivamente no se comportan en sus vidas cotidianas, así como lo hacen frente a los chicos. Las dos series son como fábulas del siglo XXI: han sido concebidas para adoctrinar, aunque la lección de ahora haya cambiado.

Cuando yo era chica veía She-Ra. Tanto He-man como She-Ra incluían al final, un parlamento a lo moralina que decía algo así como: "En la historia de hoy vimos como Skeletor buscó un atajo para llegar al poder sin realizar ningún esfuerzo. No se dejen engañar, aquellos que luchan, blablabla...". Nadie de mi generación le daba bola a eso. Nadie. Eso no era "la serie", no formaba parte de su esencia: era un agregado, una coda que le enchufaban. Parecía que alguien les había dicho al dibujante y al guionista: "Che, paren, ahora que ya terminaron con el delirio, metan alguna boludez que les guste a los padres." Y ahí venía eso de dejar en claro quiénes eran los buenos y malos, y todo eso.

Una de las razones por las que Bob Esponja me cae tan bien es porque no tiene la pretensión de ser útil para algo: solo parece estar pensado para divertir. Bob vive en un mundo submarino absurdo (bueno, no del todo, los peces están antropomorfizados, son como humanos, trabajan, compran en dólares, etc.). Es que el absurdo por completo no es divertido. Tiene que estar anclado en alguna realidad. Si no, no se produce el humor, que en definitiva ocurre si existe identificación. La misma lógica es la que hace que el absurdo no sea útil para dejar una enseñanza: debe existir algún tipo de realidad que sea comprendida y asimilada; mientras más real se vea todo, mayor eficacia.

La realidad en la que se basa Bob Esponja es la que nos muestra como irracional. Eso es lo que sucede en ese capítulo en el que Bob se sube a un micro que lo lleva fuera de Fondo de Bikini. Para regresar, se queda en la parada que está enfrente de una máquina de golosinas. Cada vez que decide cruzar la calle, pasa el bondi y lo pierde. Miles de veces y a todas las velocidades posibles. Si no lo conocen, mírenlo, que es imperdible.

Yo, mientras tanto, me quedo con lo que me dijo una vez el pediatra: "los hijos crecen sanos en la medida en que hacen exactamente lo contrario de lo que los padres le dicen que tiene que hacer". Odio este tipo de máximas, pero esta me gustó. Así que le voy a poner a Benito un capítulo de Jorge, nomás.

3 comentarios:

keratina dijo...

"los hijos crecen sanos en la medida en que hacen exactamente lo contrario de lo que los padres le dicen que tiene que hacer" o tal vez cuando dejamos de pretender tener todas las respuesta cual dioses y les mostramos que tambien somos humanos. Cuando permitimos que experimenten y nos libramos de nuestro miedo interior a que se vean lastimados al enfrentar situacione que nosotros no supimos vencer... creo que hay mucho para agregar a la frase del pediatra....
podriamos hablar dias sobre el tema. Muy buen blog... excelente articulo, te felicito

SEO dijo...
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juani dijo...

Jajaja, muy bueno!
Adoré la entrada!
Los que somos de la generación de He-man sabemos que esa moralina inyectada al final de cada capítulo era inútil. Había que cagar a palos a Skelletor, era lo único que importaba. Inevitablemente nos identificábamos con He-man y no con los malos. Ese era el único valor -si es que tenía alguno-.
Saludos!